De las etiquetas

Al ser humano le encanta ponerle nombre a las cosas. Talvez lo habremos heredado por parte de Adán cuando Dios le dió potestad para nombrar toda cosa en esta tierrra o talvez es solo un reflejo de la necesidad del ser humano de ser parte de una colectividad. Es que hay cierto orgullo en ser llamado de algún modo.

Ya parece un hábito nefasto el querer encasillar a todos los seres humanos dentro de categorías que sin importar que tan numerosas sean nunca van a ser suficientes, porque es allí donde radica nuestro encanto, en que no somos iguales a nadie. Y aveces es como si se estuviese forzado a encajar dentro sin importar que tanto de nosotros se quede fuera. Que si Emos, que si Punks, que si Bohemios, New Age, que si Straight, que si Gay... Por Dios!!! Que dificil se ha vuelto el mundo para aquellas personas que solo quieren vivir, que tienen la capacidad superior de amar a un cuerpo y no a un sexo. Que no se cohiben de disfrutar del amor solo porque el objeto de su afecto haya nacido recubierto (a) de una piel incorrecta a ojos de la sociedad.

Hace un par de noches, en brazos de mi mas reciente intento sentimental, se me salió una frase a medio dormir: odio ponerle nombres a las cosas. Y saben porqué? Desde que denominas algo, ese algo se ve obligado a cumplir una serie de reglas en pos de continuar siendo lo que lo hemos llamado, sino lo perdemos porque ''ya no es'', no se si me explico, las relaciones desde que las defines se pierden y hay algunas tan delicadas, tan delicadas que de tan solo llamarlas por su nombre podrias acabar con ellas, relaciones que se basan en un entrelazar los pies sobre una cama, o hacer confesiones en la oscuridad... relaciones que talvez no calzen con las versiones simples que los demas conocen pero que para nosotros cuentan... y tanto que cuentan de vez en cuando.

Tas*